Cuentan las crónicas que en 1.412, a finales de junio, estaban las gentes de Caspe muy contentas porque en su castillo sanjuanista se había fallado un pleito sucesorio que amenazaba con sumir en cruentas guerras a toda la corona de Aragón, esto es a los Reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el Condado de Barcelona. La Corona se había quedado sin rey, y no había descendencia directa. Varios nobles pretendían la sucesión. Nueve jueces reunidos en Caspe estudiaron las pretensiones de todos ellos y fallaron a favor de Fernando de Antequera, a partir de Caspe Fernando I de Aragón.
En el libro de Miguel Caballú (*) se recoge la tradición de que para celebrar este final feliz, el de Antequera encargó a los tahoneros locales que elaboraran para las jerarquías asistentes que habían participado (obispos, letrados, nobles, militares), algún dulce que recogiera las mejores tradiciones de musulmanes, judíos y cristianos que en Caspe vivían muy amistosamente.
Así unos pusieron su arte en masar el cereal, otros su dominio de trabajar la almendra, otros su exquisitez en fabricar aceite, y todos juntos el mimo en calibrar el horno de cocer pan. Y así nació en el siglo XV lo que se llamó torta real de almendras, y hoy se conoce como torta de balsa.
El nombre le viene de la forma que tiene de balsa rellena. La balsa está formada por una masa de bollo macerado al que se hace un orillo para que pueda albergar el delicioso relleno de almendras. La cocción se hace como toda la vida en un horno de leña.
(*) M. Caballú “Paseos Gastronómicos por la provincia de Zaragoza”